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Dominico y teólogo que fue el primer Gran Inquisidor de España. Nació en Valladolid y murió en Ávila. Era sobrino del célebre teólogo y cardenal, Juan de Torquemada (1388-1468). Ingreso dominico en Valladolid y luego pasó a Segovia como prior, puesto que ocupó veintidós años.
La Infanta Isabel, que sería llamada “La Católica", lo escogió como confesor en Segovia. Al llegar al trono de Castilla en 1474, él fue uno de sus influyentes consejeros. Rechazó todos los nombramientos que se le propusieron. Pero aceptó el puesto de inquisidor por su amor a la pureza de la fe, que peligraba por los judaizantes y los falsos conversos mahometanos. Hubo algunos delitos por parte de esos falsos convertidos, lo que hizo que la reina Isabel, con el consejo de sus hombres de confianza, decidiera la expulsión de sus reinos de gran número de ellos.
En 1483 el papa Sixto IV nombró a Torquemada, que ya era inquisidor asistente, Gran Inquisidor de Castilla y Aragón. Como representante papal y oficial de mayor rango, tenía derecho a nombrar delegados bajo su responsabilidad y a recibir las apelaciones dirigidas a la Santa Sede. Estableció tribunales en Valladolid, Sevilla, Jaén, Ávila, Córdoba Villa Real y Zaragoza. Estableció un Consejo Superior de cinco miembros. Torquemada pidió a los soberanos que exigieran a los judíos convertirse o dejar España, agotados los otros medios.
Los dirigentes judíos acordaron pagar 10.000 ducados, si se les dejaban tranquilos, cosa que el rey Fernando consideró y estuvo a punto de aceptar. Sin embargo Isabel la Católica prescindió de los intereses materiales y determinó que los judíos fueran expulsados de España en 1492, medida injusta y exagerada que se le atribuye sólo a Torquemada, pero que fue consecuencia de una confluencia desgraciada de causas, entre las que también deben ser tenidas en cuenta las manipulaciones de muchos banqueros judaicos.
La actuación de Torquemada hay que entenderla en el contexto de las tensiones religiosas de la época y no fue ni más ni menos cruel que lo que se hacia en Francia, Italia y Portugal. Históricamente no es justo achacar a una sola persona, ni a Isabel ni al dominico Torquemada, las medidas. Ni es honesto olvidar la insolencia de algunos dirigentes judíos, que habían acumulado grandes riquezas con los préstamos de dinero que hacían y consideraban que su fuerza económica podía detener cualquier medida coercitiva.
Se resistían a la integración social en el reino, no sólo en las creencias religiosas, sino en los usos, idioma y relaciones sociales y no calcularon la noble integridad de la Reina Católica ni la rectitud religiosa del Inquisidor. Hechos lamentables como la expulsión de tantos inocentes deben ser atribuidos a todos los protagonistas, incluido como es natural el Inquisidor Torquemada, a las circunstancias del tiempo y a la misma pujanza de moriscos y judaizantes que no se recataron de sus riquezas y pusieron su esperanza en sus bienes materiales.
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